lunes, 9 de enero de 2012

Perrito.

Ayer caminaba rumbo a una estación del metro y, a lo lejos, vi un perrito callejero (o eso creo que era) andar por los alrededores y, como cualquiera de ellos, llamó mi atención. El perrito seguía a una persona caminando, luego a otra y a otra; yo esperaba el momento de estar lo suficientemente cerca para que fuera a mi a quien siguiera pero, antes de que eso pasara, el perrito decidió seguir a una pareja que cruzaba hacia la banqueta de enfrente.

La avenida era muy concurrida y el camellón muy angosto, pensé en lo que podía pasarle y quise llamarlo antes de que comenzara a cruzar, pero no lo hice. Temí verme muy pendejo hablándole a un perro que quizá ni me prestaría atención, así que seguí mi camino.
Unos segundos después de darle la espalda escuché el rechinido de llantas derrapando por el pavimento, seguido inmediatamente por un golpe y después un aullido de dolor.

Al perro lo había golpeado una camioneta familiar. Pude darme cuenta por el sonido que el conductor había hecho un esfuerzo por frenar a tiempo, pero una vez dado el golpe, bastó con darle la vuelta y seguir adelante. "¿Qué más? es sólo un perro."

Logré ver la mitad de la escena y me sorprendí al notar que detrás de mi a tres cabrones compartían comentarios y risas entre ellos. Primero me molesté, con ellos por ser idiotas, pero después de pensarlo un poco, me di cuenta de que no estaba molesto con ellos, lo estaba conmigo, porque sabía que debí llamar al perro, que quise hacerlo, pero no me decidí, también por ser idiota.

Básicamente es así como funciona todo conmigo. Sé las cosas que debo hacer y en realidad quiero hacerlas. Siempre tengo perfectas intenciones para todo y para todos, pero como soy idiota y no hago nada nunca, mi vida se llena de perritos atropellados.