miércoles, 18 de abril de 2012

No sé cómo ponerle todavía.



1

Salgo del trabajo y, después de pasar horas en una fila interminable de autos distorsionados por el calor, lo único que quiero llegar a hacer en la casa es comer y dormir. Pero ésta vez no se va a poder. Antes de siquiera tratar de estacionarme en la cochera, noto que un Sentra negro obstruye la entrada. Yo lo conozco, su dueño es Eliot, así, con una sola “l” y una sola “t”, porque su papá es mexicanote (pero no tanto).

Toco el claxon, ni se inmuta. “¿Qué pedo güey?, a ver a qué hora te mueves y me dejas entrar”. Abre la ventana y saca la cabeza con una sonrisa medio de menso. Da reversa mientras yo desde mi coche abro el portón. Se hace espacio suficiente y avanzo. Dejo bien acomodado el carro dentro y al salir por la puerta principal él ya está parado en los escalones. “Vamos por unas cheves”, vamos.

Ya en su carro me va a contando de la fiesta a la que le ordenó ir invitó su esposa, con los aburridos amigos de siempre, que toman vino y lechita en las pedas; yo desde ahorita le aviso que no voy a ir. “Simón, ya sé, no hay pedo, pero hay que precopear.”

Abrimos la puerta del Oxxo y nomás con eso percibimos el aroma a queso francés. Por suerte uno de los dependientes nos atiende rápido:

 ¿Qué van a llevar?
 Ocho tecates rojas… no, bueno, doce.
 Doce rogelios, ya está. ¿Con hielo?
 Sí, por favor.

Caminamos hacia la caja y “¡tómala!”, el hombre pone el doce sobre la barra. Pedimos aparte una cajetilla de Delincuentes, porque los Marlboro son muy caros (y nosotros muy codos). Nos cobran, pagamos y nos vamos.

De vuelta en la casa, ni nos molestamos en entrar, en los escalones de afuera abrimos las dos primeras latas, encendemos los primeros dos cigarrillos y ahí mismo nos sentamos.

Eliot habla sobre los arreglos que está haciéndole a su casa, la nueva carrera a la que piensa entrar, la película que vio ayer, u hoy porque no podía dormir, no lo sé. Después habla de su trabajo y yo ni menciono el mío. Me río, asiento, exclamo “ah ¡no mames!” y sigo tomando.
De cuando en cuando vuelve el tema de la fiesta y yo me aseguro de aclararle que ni de pedo voy a ir.

Pasan las horas, el cielo se obscurece y poco a poco se acaban las cheves; estoy picado y Eliot lo sabe. Llega el momento de abrir la última y él se vuelve más insistente. “Ándale güey, vamos a la fiesta y allá tomamos más. Sirve que llegamos por algo de cenar. Aparte yo te traigo en la noche.” Le repito que no quiero ir, pero se vuelve cada vez más tentador y también más complicado encontrar excusas.

La lata queda vacía y aviso como por quinceava vez que iré al baño; Eliot me avisa, por su parte, que él mejor ya se va: “Ya se me está haciendo tarde”. Puro pedo, pero en ese momento no me doy cuenta. Me siento presionado pero aun no cedo. Lo pienso un poco más y le pido que me espere, voy nomás al baño y ahí decido si lo acompaño o no, aunque le advierto que lo más probable es que sólo salga a despedirlo. “¿Pa’ qué te haces? Ahí te espero en el carro.”

Debo admitir que el muchacho conoce su estrategia; terminé de mear, prendí algunos focos en la casa, tomé dinero y las llaves y subí a su carro. No teníamos ni puta idea del tipo de noche que se venía.




2

La noche era obscura y el clima fresco, Cerati acompañaba nuestro traslado. En cierto momento, como a la mitad del camino Eliot me pregunta si tengo saldo, le respondo que sí, aunque poco. Me pide que le hable a Iván y aunque accedo, Iván no contesta el teléfono. “Pinche Iván ¿pa’ qué chingados quiere un celular entonces?” No le doy mayor importancia y me digo a mi mismo que sólo es cuestión de seguir marcando cada 10 minutos.

Poco antes de llegar a nuestro destino, nos bajamos en otro Oxxo a comprar alguna cantidad moderada de cervezas y más cigarrillos. No hay dependiente atento, pero tampoco aroma repelente que lo amerite. Salimos tan rápido como entramos y ya estábamos en el camino de nuevo.

Por fin llegamos a la caseta de una colonia privada. Nos detenemos al lado del guardia y más rápido que un caracol se ubica frente a la ventana de Eliot.

— ¿Qué pasó muchachos, a dónde van?
— A casa de Fernando… Fernando algo, no me acuerdo cómo se apellida, pero sí sé dónde queda la casa.
— A ver, ¿dónde? No mira, nomás déjame una identificación y ya.
— ¿Le sirve la de la escuela?
— Sí, la que sea.
— Muchas gracias, al rato paso por ella.

El guardia sube la pluma de la caseta y nos adentramos en la colonia. “¿Esa identificación qué, güey? Si tú ni a la escuela vas.” Eliot sólo me respondió con una pequeña risa.

Finalmente nos adentramos en una cuadra y rápidamente nos estacionamos dentro de la cochera de una casa que por cierto tiene todas las luces apagadas. En un principio me pareció un poco muerto para ser la locación de una fiesta, ya luego Eliot me aclaró que el evento era en la casa de al lado, que de quién sabe quién chingados fuera la cochera, pero que asimismo le valía pura madre.

Caminamos hacia el lugar correcto y Eliot tocó el timbre. Noto que la cinta de mi tenis derecho está desabrochada y me agacho para amarrarlas bien.
Mientras yo me ocupo de ese asunto escucho el arrastrar suave de la puerta grande de metal que da función de entrada frontal a la casa. Termino mi operación y dirijo la mirada para encontrarme con el anfitrión, quien ciertamente me sorprende, pues nunca esperé que fuera Pikachu, o al menos un tipo disfrazado de él.

Eliot lo saluda y yo hago lo mismo. No quiero ni preguntar nada porque, pues, no es mi casa ¿verdad? En fin, aquel lugar se encontraba vacío, o al menos daba la apariencia de estarlo.

— ¿Qué onda, Victor? ¿pues dónde están todos?
— Jajaja ¿qué quieres Eliot? Apenas son las 8:30.

Eliot suelta una gran carcajada y agrega “me la mamé”. En ese momento comprendí un punto clave en la estrategia de éste cabrón: “Ya se me está haciendo tarde.” Simón, pendejo. ¿Pero ya qué más? Me encontraba yo ahí y no había nada más que hacer.

Nos dirigimos hacia el patio con nuestras cheves y Victor se excusa por tener que seguirse arreglando para la fiesta, aunque yo no vi que le faltara nada más que hablar en Pokemón. Antes de que se fuera notamos la presencia de una mesa de ping-pong y pedimos permiso para usarla, el cuál nos es concedido.

Comenzamos a jugar, primero de manera “correcta”, después empezamos hacer trucos con las raquetas y la bola, y cuando ya estamos más confiados de nuestras habilidades, procedemos a pegarle con más fuerza; después todo vale verga porque, en una de esas lucidas que nos estábamos aventando, yo brinco y caigo con todo mi peso concentrado en un solo pie sobre la bola.

— No mames cabrón, ya la cagué.
— Ah jajaja ¿qué chingados hiciste?
— Pisé una bola, cabrón
— Jajajaja güey, que te valga.
— No güey, ¿qué fregados? Échate la culpa, güey, yo te la pago pero a estos vatos ni los conozco.
— Nombre, ¿pa’ qué? Mira, pásamela.

Eliot elegantemente tira la bola aplastada al zacate detrás de una maceta. “Ahí no la ven, y si no pues les decimos que no sabemos nada y que igual y es un huevo de tortuga, ni que fueran veterinarios como quiera.” No me parece una gran idea, pero tampoco se me ocurre otra mejor.

En ese momento dejamos de jugar y simplemente nos sentamos a tomar; es entonces cuando Eliot recuerda: “Hay que hablarle otra vez a Iván.” Le doy mi celular y él marca. Para sorpresa nuestra Iván contesta. Al parecer se encuentra en una cena familiar de la que sólo está esperando alguna excusa para escaparse. Nos pide una media hora más y que estemos listos para ir a recogerlo en un punto cercano. Tanto Eliot y yo dejamos ver una sonrisa. No estoy seguro de si es porque se nos ha unido otro camarada, o porque a través del cristal observamos cómo baja por las escaleras un Pikachu más. Poco a poco empiezo a caer en cuenta del tipo de fiesta a la que había accedido asistir.

El nuevo Pikachu, con una complexión más como de Chansey, sale a saludarnos. Nos pregunta por la esposa de Eliot y él le aclara que llegó sólo conmigo y por su cuenta. Pikachu #2 entonces regresa adentro.

Pasaron al menos unos 10 minutos más antes de que por la puerta principal comience un desfile de anime bastante selecto, que va desde Sakura Card Captors hasta Pucca y su novio ninja. Eliot entra a saludar a su esposa y yo lo sigo, más por cortesía que por otra cosa, pues no conozco a nadie del elenco.

Llegamos él y yo con Valeria, quien trae además al pequeño Miguel cargando, el cual, por si es necesario agregar, es hijo de ella y Eliot. Al momento de saludarla agrega una sincera disculpa por haberme traído a una fiesta tan extraña. Yo le digo que no se preocupe, que en todo caso ha sido Eliot quien me trajo, y que de todas formas, lo más preocupante del caso es que reconozco a cada uno de los personajes presentes.

— ¿En serio? ¿Incluso a ese?
— Ay, ¿apoco ese viene de algo?
— Sí, es Roberto Cedinho.

Si me preguntan a mi, ese es un disfraz de lo más huevón. El tipo ya tiene de entrada el pelo ondulado y una barba de 3 días que lo convierten en una copia natural del entrenador de los Supercampeones, y él sólo tuvo que encargarse de usar una chaqueta y traer colgando una identificación que dijera Roberto Cedinho. Mis más sinceras felicitaciones por su esfuerzo.

Regreso a mi puesto de guardia en el patio, poco después regresa Eliot y esperamos la llamada de Iván. Se tarda al menos una media hora más de lo que nos había dicho, e incluso llega un pedido de carne y tortillas que habían hecho los Pikachus. Me ofrecen bastante y de manera tan insistente que no puedo negar la invitación y, unos momentos después, entra la llamada de Iván. Me dice en qué lugar quería que lo recogiéramos y le aseguro que ya vamos para allá. Cuelgo y me como mi primer taco de siete que me había preparado en total.

Al terminar, Eliot y yo salimos de la casa, subimos al carro y nos dirigimos al encuentro de nuestro tercer compañero. Al llegar a la caceta, Eliot le recuerda al guardia quién es, le dice que se quede con la identificación y que ahorita regresa.

Salimos de la colonia y ya estamos planeando las cosas que vamos a comprar al llegar a la tienda en que quedamos con Iván para vernos. Más cerveza, más cigarros y del saldo para celular ni quién se acuerde.
Divisamos el establecimiento, Eliot acelera aun más y con un frenón llega derrapando. Las personas que acaban de bajarse de sus autos se tiran al suelo, los de adentro del local se agachan sin dejar de mirar afuera, la puerta de atrás se abre y entra Iván echo madre. “Aquí ni te bajes a comprar nada, cabrón, ya los asustaste.” Todos reímos y antes siquiera de cerrar la puerta trasera, ya hemos arrancado el coche con la misma velocidad con la que llegamos.

No sé si con esa distancia bastó para tranquilizar a los clientes de ese lugar, pero tomamos un retorno y nos detenemos a comprar en la tienda que está justo enfrente. Recargamos provisiones y emprendemos nuestro camino de regreso a la privada convención de anime y comics.

Al entrar el ánimo está ya más prendido. Tres chicas cantan canciones en japonés musicalizadas por la computadora, otra más, disfrazada de Aralé, se besa con Roberto Cedinho, y Valeria juega con Miguel, ambos disfrazados de Kappa (criatura del folklore japonés similar a una tortuga ninja).

Ahora, siendo ya una manada de tres hombres, salimos con más confianza al patio, sólo para descubrir que ambos Pikachus buscan algo bajo la mesa de ping-pong. “Oigan, ¿no vieron otra pelota?” Espero la respuesta de Eliot: “No güey, nomás había una… ¿pero como cuánto cuesta comprarlas por separado?” Como no le saben responder, damos por muerto el tema y volvemos a lo que sí estábamos haciendo bien: tomar.

Por el resto de la noche no ocurre mucho más; para los demás invitados pasamos desapercibidos o quizá intencionalmente ignorados, y eso congenia perfectamente con nuestro plan de no convivir con nadie. Se mantienen las cosas así hasta el momento en que Valeria sale con el niño. “Eliot, cuídame un ratito a Miguel.” Él, por su parte, le dice de una manera poco acertada que afuera está muy frío, que el niño no está bien cubierto y que no es conveniente que esté ahí.

Ahora, no puedo asegurar que esa sea la verdadera razón, o si es sólo la excusa de Eliot para seguir tomando a gusto con nosotros, pero Valeria opta por entender la segunda, y con toda la sutileza de una mujer encabronada, dice que está bien, dando al entrar un azotón a la puerta corrediza. A partir de éste punto, toda nuestra participación en la fiesta va a en picada.