jueves, 22 de diciembre de 2011

Liliana.

La primera vez que me enamoré llevaba poco tiempo de haber comenzado la primaria, y me enamoré tanto como alguien de 7 años puede hacerlo.

El colegio al que entré desde preescolar era sólo para varones y se mantuvo así por mucho tiempo, pues era ya un colegio con tradición en la ciudad, pero eso terminó el año en que pasé a 2do grado. Fue entonces cuando se admitió el ingreso de mujeres y el colegio se volvió mixto.

Al principio no noté mucho cambio, para mi las cosas seguían de la misma manera en que siempre habían sido y, como los niños seguíamos siendo mayoría, hablo con la verdad al decir que ni siquiera había notado su presencia.

Eso cambió más o menos al mes de haber comenzado el curso.
Todos los días, antes de regresar al salón tras haber terminado el descanso, nos hacían formarnos por estatura, tres filas para niños y una para niñas, con la idea de que así entraríamos tranquilos y ordenados a clase.
Un día, mientras seguíamos la rutina, la vi; muy adelante, dos filas a mi derecha, se encontraba una niña a la que el cabello apenas y le cubría los oídos y dejaba ver la mitad de su cuello, mismo que bajaba para convertirse en una pequeña espalda cubierta por la blusa del uniforme. Eso me bastó.
Casi sin pensar volteé hacia atrás y le pregunté a un compañero por su nombre y su respuesta fue “creo que se llama Liliana.”

No recuerdo con exactitud cunto tarde﷽o con exactitud cualdaa, y asra bonitamportando se admitibpor la blusa del uniformeánto tiempo tardé en ver su rostro y no sé si cuando por fin lo hice pensé de inmediato que no era bonita (porque no lo era) o si yo mismo me cegué a causa de la primera impresión, pero estoy seguro de que, de haber notado entonces que su cara asemejaba una calaverita de azúcar, no me habría importado; por eso pasé cinco años enamorado de una espalda y un corte de cabello.

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