lunes, 21 de mayo de 2012

Cucaracho.


Cuando la gente se queda sola, se libera o se deprime. O finge que se libera, y no conozco a nadie que finja que se deprime.
Yo soy de los que se deprime. Así nomás, sin fiesta, sin cantidades industriales de alcohol, sin mentar madres, ni odiar a toda la comunidad femenina internacional. Pura y simple depresión kafkiana. De esa en la que ya nomás te asqueas de tu propio cuerpo cucaracho y comprendes la lógica detrás del repudio de terceros (y segundos).
Razones hay muchas. Por la manera en que me dejaron, por lo que teníamos en común, por la manera en que encontraron a otra persona, por lo que ahora ellos tienen en común.
Conforme pasan los meses, la línea en mi gráfica de la tristeza pierde cualquier sentido o patrón. A veces baja, a veces sube, y a veces sube más. Hasta que empiezan a pasar más, y más meses y yo mismo me voy sintiendo ridículo de estar triste. De no dejar pasar las cosas y ya. De no convencerme de que aun si hubiera la posibilidad de retomar donde nos quedamos (o incluso volver a empezar), ya no lo haría, y si lo hiciera, sería sólo por nostalgia, por oportunidad o por puñetas. 
Y entonces decido que se me quita lo ridículo, que ya no estoy triste y que ya sólo voy a extrañar una cosa, porque extrañar sólo una está bien. Y no tengo que pensarle mucho para encontrarla. Estoy a gusto con ella.

La verdad es que ya nomás extraño tener a quién verle los calzones.

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